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Las lenguas romances, también conocidas como lenguas románicas, son aquellas que derivan del latín vulgar y que se hablan principalmente en las regiones que fueron dominadas por el Imperio Romano. En la Península Ibérica, las lenguas romances surgieron a partir de la fusión del latín vulgar con las lenguas que se hablaban en la región antes de la llegada de los romanos.

El latín vulgar era la forma hablada del latín que utilizaban los soldados, comerciantes y colonos romanos en sus interacciones diarias. A medida que el Imperio Romano se expandía por la Península Ibérica, el latín vulgar fue adoptado por la población local y se fue mezclando con las lenguas preexistentes, principalmente el celtibérico y el vasco.

El proceso de romanización en la Península Ibérica fue gradual y cada región desarrolló variantes de las lenguas romances a su manera. En la zona norte, donde la romanización fue menos profunda, se desarrollaron el asturleonés y el gallego-portugués. En el centro, el castellano fue la lengua que predominó, mientras que en el este surgieron el catalán y el valenciano. En el sur, el andaluz y el extremeño fueron las formas predominantes.

A lo largo de la historia, las lenguas romances de la Península Ibérica han seguido evolucionando y han adoptado influencias de otras lenguas, como el árabe en la época de la ocupación islámica. Además, la expansión del Imperio Español llevó el castellano a América, donde se fusionó con las lenguas indígenas para dar lugar a formas como el español mexicano, el argentino o el colombiano.

Hoy en día, las lenguas romances de la Península Ibérica siguen siendo un elemento fundamental de la identidad cultural de la región. El castellano es la lengua dominante en España y en gran parte de América Latina, mientras que el catalán, el gallego y el vasco también gozan de reconocimiento oficial en sus respectivas regiones. Esta diversidad lingüística es un reflejo de la rica historia y la variedad cultural de la Península Ibérica.